Interpersonal

Mateo Landa, era un joven policía que llevaba apenas dos meses fuera de la escuela y estaba en busca de empleo para renunciar a la institución porque se había dado cuenta que, en sus palabras, «ser un triste verde» lo hundía cada vez más en la mediocridad. Su verdadera vocación era el arte.

Pasaron dos meses acompañados de una vaga búsqueda de empleos en galerías de arte, pero Mateo seguía esperanzado en que lo llamarían en algún momento para contratarlo o en el peor de los casos comprarle una de sus esculturas que guardaba en el sótano de casa.

Un Lunes por la tarde, recibió una llamada de un amigo que no veía hace muchos años, pero que en su adolescencia habían trabajado juntos en la plaza de la ciudad vendiendo pequeñas esculturas y pipas para los consumidores frecuentes de la entonces tan famosa hierba que hasta él en su momento disfrutó, odió y luego dejó.

Aquella llamada cambiaría su vida totalmente. Leandro, su viejo amigo, lo llamaba para ofrecerle un puesto de trabajo en su tienda de recuerdos, como vendedor y fabricante. Pactaron una reunión ese mismo día y tras una hábil negociación llegaron a un buen acuerdo.

Al día siguiente, Mateo debía presentarse en la tienda Miquelini, su nuevo centro de labores y conocer al equipo que lo acompañaría en cada jornada laboral. Luego de las presentaciones y saludos respectivos con todos los miembros conoció a Tony quien lo asistió esa tarde y lo puso al corriente de la situación actual de la tienda.

El personal de Miquelini estaba conformado en su mayoría por varones, lo cual le resultaba un poco incómodo a Mateo por la cantidad de improperios y comentarios machistas que tenía que escuchar, tan solo habían pasado dos horas de su llegada.

Tony no trabajaba solo, se apoyaba siempre en Marlon, un hombre trans que había llegado tres meses antes que Mateo. Era un chico misterioso, poco expresivo pero muy trabajador. Lamentablemente era victima de acoso por parte de Lorenzo, alias el buitre, socio de Leandro. Se había ganado ese apodo con honores, ya que luego de cada comida, a menudo, se inducía el vómito. El buitre, había abandonado a su mujer y su hijo porque ya no podía seguir reprimiendo su homosexualidad.

Ese mismo día, el primer día de Mateo, llegó una joven a la tienda. Cuando se la presentaron no le dio mucha importancia ya que se encontraba haciendo una escultura para un cliente muy importante y estaba enfocado en terminar a tiempo el trabajo. Sin embargo Tony y Marlon le dieron la bienvenida.

Rosario, la encargada de limpieza fue quien le dio un rápido recorrido por las instalaciones a la nueva, mientras los demás preparaban un pequeño ambiente para que ella se pueda instalar.

Mateo recibía llamadas constantes de su padre a quien nunca atendía porque era el principal causante de su desdicha, no le perdonaría tan fácil el haberlo enviado al cuartel a ser un «cerdo coimero».

Llegó la hora del almuerzo y Mateo bajó al sótano con Tony, ahí se encontraba ambientado un pequeño comedor con pinta de cantina, a los 2 minutos se les unió Marlon y empezaron a conversar sobre temas muy irrelevantes, Mateo un poco asqueado prefirió sentarse lejos del par de orates.

Ese día, Malena no bajó al área común, prefirió ir a comer a un restaurante cercano al taller. Al parecer porque era casi imposible almorzar o realizar cualquier actividad en paz, ya que todo el día se escuchaban los gritos del buitre, irrespetuoso y miserable.

Al transcurrir la primera semana Mateo empezó a sentirse más cómodo en el taller, la presencia de Marlon y Tony en su área de trabajo era insignificante. No obstante por alguna razón que Mateo aún desconocía, había desarrollado cierta afinidad con Malena, la nueva.

Landa era un hombre comprometido y lo único que buscaba en aquel taller era dinero y experiencia laboral. No obstante cada que podía, charlaba con Malena, le nacía darle pequeños detalles a escondidas, mientras Rosario no la atormentaba.

Un día Mateo decidido a reforzar el lazo, que solo él pensaba tener con Malena, la invitó a cenar saliendo del taller. Para su buena o mala suerte, ella aceptó. Landa por un momento sintió culpa pero esa se desvaneció al ver esa tierna mirada de aquella niña incipiente que rondaba por el taller haciendo miles de preguntas para intentar calmar esa sed insaciable de conocimiento.

Cayó la noche y Landa pasó por Malena, salieron del taller y fueron a un restaurante de comida cantonesa. Al principio, Malena temerosa, al ingresar al establecimiento, se sentó frente a Mateo, pero no pasaron ni 5 minutos para que se cambie al lado de Mateo, se notó mucho su interés por él. ¿Por qué pasó esto? Tal vez por la confianza que generaba Landa en cada palabra, cada mirada y sonrisa hacia ella.

Durante la comida se conocieron un poco más mediante preguntas ping pong espontáneas que se hacían ambos. Durante la velada las risas y miradas de complicidad no faltaron, pero el sentimiento de culpa invadió a Mateo durante toda la velada, al punto de llegar a confesar su compromiso con Marilyn, estudiante de medicina y novia de Landa desde hace 4 años.

Malena al enterarse de la noticia y condición de Mateo, se quedó sin palabras, dejó de mirarlo un buen rato y el silencio incómodo se apoderó del recinto unos cuantos segundos. Landa en un intento por retomar la conversación hizo un par de bromas y con mucha suerte logró romper el tempano de hielo que se había cristalizado entre ellos.

Salieron del establecimiento y los comensales decidieron dar una pequeña caminata por el parque de olivos y contar cuantas hojas había caído en la nueva laguna artificial que el municipio había mandado a construir. Mateo se comportó como todo un caballero aquella noche, mas eso no garantizó su pase a primera base. Aún así Mateo regresó feliz a casa y Malena pudo conocer más de su nuevo compañero de trabajo.

Continuará…

4 comentarios en «Los botones de Malena (Cap.1)»

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